sábado

Pásame el Mando

Heroes, 4ª temporada Después de terminar de forma sonrojante una esperanzadora primera temporada; de perpetrar una infumable segunda, cuyo rastro han tratado de borrar por todos los medios; y de marear de lo lindo al inasequible al desaliento personal que aún conservaban en la tercera; parece que el anuncio de la NBC de limitar la serie a cinco temporadas ha servido para aclarar las ideas a sus guionistas.
La cuarta entrega de Heroes, titulada Fugitives, ha contado con la inestimable presencia de Zeljko Ivanek (Damages, True Blood, The Mentalist, Lost, 24) que, formando tándem con un recuperado Sylar, ha comandado la implacable caza de los especiales, imprimiendo un ritmo trepidante a la serie. En esta ocasión, los guionistas han apostado más por la acción pura y dura y han dejado en un segundo plano las metafísicas pajas mentales. El resultado ha sido bastante más entretenido que la 2ª y 3ª temporadas, y el capítulo final abre una interesante vía argumental de cara a la 5ª, que llevará por nombre Redemption.




Otra serie brillante pero liosa

sobre gente superpoderosa

presentada por

Pussy Deluxe

(mutante al margen de la ley)

viernes

Pásame el Mando

Series: True Blood ( 2ª temporada)

¿Desolado por el final de temporada de tus series favoritas? Don’t worry, la HBO viene al rescate con la segunda temporada de True Blood. Sangre, sudor y sexo de la mano de Alan Ball que harán que este verano sea hot, hot, hot. Afila tus colmillos, Sookie & Co regresan el 14 de junio. Para ir haciendo boca te ofrecemos las dos primeras promos y el primer sneak peak. ¡A disfrutar!








martes

Pásame el Mando

Damages, 2ª temporada
Con la llegada del calorcito, algunas de nuestras series preferidas han llegado a su final de temporada. Algunas renqueantes, otras con altibajos y una pletórica, pero todas han contado con un capítulo final lo suficientemente eficaz como para que nos mantengamos atentos a sus siguientes temporadas.
Fue la primera en acabar, ya hace algún tiempo. La gloriosa primera temporada puso un listón que esta segunda tanda no ha podido superar, pero pese a ello, la excelente interpretación de Glenn Close hace que merezca la pena no perderse ni un solo episodio. En esta ocasión, la implacable Patty Hewes pone en su punto de mira a una poderosa empresa energética capaz de envenenar a gente con tal de aumentar su capital. Su cabeza visible es Walter Kendrick (interpretado por John Doman, un viejo conocido de The Wire), que cuenta con la colaboración de un poderoso aliado, un broker llamado Dave (Clarke Peters, otro ex The Wire), y de una eficiente y leal abogada a la que da vida Marcia Gay Harden. Se suma a la fiesta (interpretativa) William Hurt, en la piel de un científico que posee las pruebas para hundir la empresa Kendrick, además de estar relacionado con el pasado de Hewes.

Pero lo que a los fans de la serie nos interesaba, sobre todo, era ver si a la otrora inocente Ellen Parsons (Rose Byrne) era capaz de conseguir la combinación exacta de odio y sangre fría suficientes para llevar a cabo su venganza contra Patty Hewes. En el balance final de la temporada podemos decir que la cosa ha ido de menos a más, ganando intensidad según se acercaba el desenlace y la trama se centraba en la lucha sin cuartel de ambas protagonistas. El sorprendente final, con retruécano argumental incluido, deja bastante claro hacia dónde evolucionará la relación entre ambas mujeres, y sólo cabe esperar que el talento y la mala leche de Patty sigan brillando en la tercera temporada.

Otra interesante serie de lagartas
protagonizada, perdón, comentada por

Pussy Deluxe

(bicho malo siempre vuelve)

sábado

Clásicos de Hoy y de Siempre

Centauros del desierto, John Ford (1956) Si hay una puerta célebre en la historia del cine, es la que abre Centauros del desierto (The Searchers, 1956), del maestro John Ford. Mientras aparecen los títulos de crédito, impresos sobre un muro de ladrillo, se escucha en off la canción de Stan Jones, The Searchers, cuyos versos comienzan a dar pistas sobre el contenido de la película. “What makes a man to wander? What makes a man to roam? What makes a man leave bed and board? And turn his back on home? Ride away... ride away... ride away...”[1]. Sobre un fondo negro aparece el rótulo Texas 1868. Desde la oscuridad siguiente, que se corresponde con el interior del rancho Edwards, una mujer abre la puerta desde dentro y la luz que penetra en la pantalla deja ver un territorio inhóspito. La mujer, Martha Edwards (Dorothy Jordan), en un hermoso contraluz del atardecer, ve acercarse a un solitario jinete, que no es otro que su cuñado Ethan (John Wayne), que vuelve tras varios años de lucha, en la guerra de Secesión primero, y en las guerras contra los indios después.
Así se inicia la película, y el hermoso recurso de la puerta se transforma en metáfora cuando el film se cierra, de manera simétrica, con otra puerta, reforzando el sentido circular de la trama. Sentado en la mecedora, Mose Harper (Hank Worden) contempla desde el porche de los Jorgensen, la llegada Ethan, Martin (Jeffrey Hunter) y Debbie (Natalie Wood). Ethan entrega a su sobrina, rescatada de los indios, a los Jorgensen. De nuevo, como al inicio, la perspectiva se sitúa en el interior de la vivienda y vuelve a sonar el tema The Searchers. La alegría del resto de los personajes por el reencuentro y el feliz desenlace contrasta con el sombrío semblante de Ethan. Los personajes, reencuadrados por el marco de la puerta, van entrando poco a poco al interior del hogar. Afuera queda Ethan, siguiéndoles con la mirada. Lentamente posa su mano izquierda en el brazo derecho[2]. Al cabo de unos instantes da media vuelta y comienza a caminar en dirección contraria a la casa acompañado de unos versos diferentes de la canción inicial: “A man will search his heart and soul, go searching way out there. His peace of mind he knows he’ll find but where, O Lord. O where? Ride away... ride away... ride away”[3]. La puerta de los Jorgensen se cierra y la pantalla vuelve a quedarse sumergida en la oscuridad. Entre estas dos puertas transcurre la gran búsqueda a la que hace referencia el título original de la película. Una búsqueda material centrada en el rescate de dos mujeres raptadas por los indios comanches y otra espiritual, la del lugar de cada uno en el contexto que le ha tocado vivir. También es el epílogo de una forma de vida que Ford admiraba profundamente y que estaba a punto de extinguirse. No hay lugar para el hombre del Oeste, el cowboy, dentro de la sociedad. Este es, por definición, un outsider y su destino es seguir cabalgando en solitario hacia el horizonte. Condenado a vagar eternamente, sin redención posible, siguiendo la senda de la espectral figura de Shane (Raíces profundas, George Stevens, 1953).
Hay imágenes de tal fuerza evocadora que mientras las (ad)miras cambia la atmósfera que te rodea, el mundo tal y como lo conocemos desaparece y los sentidos se embriagan ante la maravilla que nos es mostrada. Como si percibiéramos que estamos ante un momento único. Me ocurre ante la resurrección de Inger cada vez que veo Ordet (Carl Theodor Dreyer, 1955), y también cada vez que se abre la puerta del rancho de los Edwards. No importa cuantas veces se haya visto la película, cada vez que se abre esa puerta, se obra la maravilla y le siguen 116 minutos de gozo permanente. Hasta que se cierra la puerta del rancho Jorgensen y la oscuridad deja paso a la realidad. Dice Manuel Rivas que “si asociamos la puerta con el ojo humano, este filme, medido en intensidad, equivale a un parpadeo decisivo. Esas puertas dan paso a otra forma de ver. Es, desde luego, una vuelta de tuerca para el western, pero que trascience el género porque su revolución óptica no atañe sólo a aspectos formales sino también a una cuestión medular: el enfoque de un héroe y la visión del otro, del “enemigo”. Y así, ocurre con Centauros del desierto lo que con esos parpadeos en la historia de la mirada humana que convenimos en denominar clásicos. Que son de largo efecto. Que contienen tanta belleza como perturbación”[4].

[1] “¿Qué impulsa a un hombre a ir errante? ¿Qué impulsa a un hombre a viajar sin rumbo? ¿Qué impulsa a un hombre a abandonar lecho y mesa y dar la espalda al hogar? Cabalga sin destino... cabalga sin destino... cabalga sin destino...” En Coma, Javier. Centauros del desierto/Cantando bajo la lluvia. Libros Dirigido, Barcelona, 1994.
[2] En homenaje al fallecido actor Harry Carey, cuya esposa e hijo participaban en el film. Harry Carey fue un actor muy popular durante la primera época del cine y protagonizó decenas de westerns a las órdenes de John Ford durante la etapa silente. Uno de sus gestos característicos consistía en cogerse el brazo derecho con la mano izquierda de la forma que imita John Wayne en la película.
[3] “Un hombre explorará su corazón y su espíritu, buscará una salida en el camino. Sabe que hallará su paz interior, pero ¿dónde, Señor, dónde? Cabalga sin destino... cabalga sin destino... cabalga sin destino.” Ídem.
[4] Rivas, Manuel. El Ulises del Oeste. Diario El País, Madrid, 2005

Otra gran película clásica,
elástica y plástica
presentada por

Pussy Deluxe

(plástica, elástica y de chachara)

jueves

Biblioteca Básica de Literatura Clásica

Los ojos verdes ( Marguerite Duras, 1980)

No entiendo cómo los críticos, que siempre han sido tan atentos a canonizar, a historiar y a pergeñar listas, todavía no se han tomado en serio a ellos mismos para elaborar un listado con los textos más iluminadores, influyentes o simplemente entretenidos de la historia de la crítica de cine. Podría tratarse de libros, revistas, artículos, entrevistas, conferencias. Se sabría cuáles han sido las mayores aportaciones e influencias que han tenido. Porque, ¿de qué ha servido un siglo de reflexión sobre el cine? ¿Hemos aprendido algo? ¿Qué se recordará en el futuro? Espero que un libro así, si se llega a escribir algún día, vaya más allá de Truffaut. Es decir, más allá del libro “El cine según Hitchcock” y del artículo “Una cierta tendencia del cine francés”. Porque lo contrario sería aburrir a las cabras.
El problema no es que se haya escrito mogollón sobre cine. El problema es que se ha escrito un montón sobre los mismos temas y, para más inri, de la misma y pavisosa manera. Hay tan poca originalidad en la mayoría de las libros publicados y hay tal saturación de clichés y de asquerosa abulia en la escritura, que le entran a uno ganas de maldecirlos. Abunda la bisutería cuando no la perfecta chatarra. De ahí que joyas como “Los ojos verdes” merezcan ser reconocidas.
"Los ojos verdes" es una compilación de textos de Marguerite Duras. Fue publicada por la revista Cahiers en junio de 1980. Serge Daney colaboró en la compaginación y el resultado, extraordinario, es una muestra del pensamiento fértil de Duras. Se trata de un texto firme y sugestivo que está atravesado por la prosa habitual de la autora de "Hiroshima, mon amour". "Los ojos verdes" es una sentida reflexión sobre el cine que está hecho y sobre aquel que está por hacer. Sus páginas son el reflejo de las películas que hizo Marguerite Duras y de las películas que hicieron los otros. Sus líneas son de dolor y de vida y versan sobre la literatura y el cine. Nada más lejos del verbo atento y de la mirada insobornable y por momentos chinchona de "Los ojos verdes" que esos libros-hojarasca que parecen haber sido escritos desde la imaginación más agarrada y la ignorancia más feliz.



Otra mirada insobornable
sobre un texto imprescindible
a cargo de


Lord Velasco

(verborrea irrefrenable)

lunes

El Rincón del Cinéfilo Caliente

Star Trek (J.J. Abrams, 2009)

Lo reconozco: jamás me ha interesado lo más mínimo el universo Star Trek. Por eso, el enésimo intento de resucitar la franquicia creada en 1966 por Gene Roddenberry me hubiera pasado desapercibido de no ser por la presencia de J.J. Abrams, el creador de Lost. Al interés suscitado por lo que podría aportar el genio de Abrams, se unió el morbo de descubrir cómo se las arreglaría un fan de Star Wars para resucitar las andanzas de la Enterprise sin morir en el intento (a manos de los trekkies) tras confesar que nunca le gustó la serie.

Así que para mí, desde la ignorancia trekkiana, la experiencia ha sido positiva. Si de lo que se trataba era de insuflar vigor en la longeva saga, no queda duda de que Abrams ha sabido hacerlo. Esta nueva Star Trek, inteligentemente planteada como precuela, sirve de puerta de entrada a toda una nueva ola de espectadores que desconocen los avatares del capitán Kirk y su tripulación, bien por falta de sintonía o simplemente porque no habían nacido cuando empezaron. Pero además, le otorga suficiente libertad a Abrams para moverse a sus anchas y crear un origen trekkie en cuyo ADN se ha filtrado la filosofía del tándem Lucas-Campbell, responsables de un patrón que ha marcado el camino de buena parte de los héroes cinematográficos de los últimos 30 años (es imposible no sonreír ante las semejanzas de la ceremonia final que corona esta gesta con aquella que clausuraba La guerra de las galaxias). Pero Abrams y los guionistas Roberto Orci y Alex Kurtzman (trío creador de Fringe) no sólo han pensado en los neófitos, para deleite de los trekkies más veteranos han rescatado de su retiro al entrañable Spock original (Leonard Nimoy) para convertirlo en el cordón umbilical que une a esta nueva criatura con sus orígenes.

El resultado es una cinta con brío, que no decae a lo largo de sus dos horas de metraje y que combina una trama sencilla pero ingeniosa con unas escenas de acción sobrias y bien planteadas. Una aventura que, sin ser espectacular, te deja con ganas de ver la siguiente aventura de esta nueva tripulación de la U.S.S. Enterprise.

Otra película trekkie

para gente friky

degustada por

Pussy Deluxe

(absolutamente intergaláctica)

sábado

El Rincón del Cinéfilo Caliente

Xcèntric Godard


El plan es ideal si te pilla por el centro de Barcelona, tienes tiempo y te gusta el cine. El Centro de Cultura Contemporánea dispone de una sala donde se pueden ver películas experimentales de autores como Jean Cocteau, Man Ray, Philippe Garrel, Jonas Mekas, Chantal Akerman, Dziga Vértov, Andy Warhol, Jean Epstein, Jean Eustache y un largo etcétera. Lo llaman el ciclo Xcèntric. El sitio no tiene desperdicio: subiendo a la primera planta te encuentras con una sala que tiene una pantalla donde se ve un menú con las películas disponibles. ¡Se trata de una programación a la carta! Y lo mejor de todo es que los asientos que puedes coger son sillones orejeros. Así da gusto.
La otra tarde, teniendo en cuenta que me pilló por el centro de Barcelona, que tenía tiempo y que me gusta el cine, me metí en la sala Xcèntric con ganas de consultar la carta. Después de apoltronarme en un sofá, me decidí por dos títulos de Jean Luc Godard que desconocía: “L’origine du XXIème siècle” (2000) y “Scénario du film Passion” (1982). Son dos trabajos de corta duración (16 y 54 minutos respectivamente) pero que tienen, como así esperaba, un efecto duradero.
L’origine du XXième siècle” se puede considerar un apéndice a la monumental “Histoire(s) du cinéma”. Como en esa serie, Godard mezcla historia, cine y memoria personal para dar cuenta del siglo que empieza (bajo el signo de la guerra, para variar) a partir de un montaje audiovisual basado en fotografías, fragmentos de noticiarios y pedazos de films del siglo precedente. El montaje, como siempre, es impresionante y no sólo por su magnífica técnica sino por la ametralladora de ideas en que lo convierte Godard. Nadie mejor que él (como diría el crítico Alain Bergala) representa el cine experimental y no deja de ser curioso que sus trabajos hayan acabado en los catálogos de los museos cuando él siempre los consideró como cine.

Scénario du film Passion” tiene más interés: segundo de sus ensayos, de sus personalísimos making off sobre sus propios films (después de “Scénario de Sauve qui peut la vie” (1979) y antes de “Petites notes à propos du film Je vous salue Marie” (1983)), Godard reflexiona sobre cómo escribió el guión de la película “Passion” filmada ese mismo año. ¿Qué es un guión?, se pregunta. Es espectacular la manera en que Godard plantea, duda, gesticula, pontifica y se entretiene en digresiones. Su pensamiento es torrencial y utiliza un lenguaje corporal digno de un fascinante brujo. Tiene razón Colin McCabe, autor de un excelente estudio sobre el autor de "Le mépris", cuando afirma que Godard nunca podrá ser considerado un gran narrador a la manera tradicional pero sí como el mayor ensayista y uno de los mayores poetas que ha dado el cine en su historia.


Otra propuesta excéntrica
para cinéfilos analíticos
expuesta por
Lord Velasco
(excéntrico periférico)

viernes

Pásame el mando

Firefly, un caso de justicia poética

Hay gente que desde su más temprana edad dividió a sus amigos entre trekkies y seguidores de Star Wars. Son los mismos que flipaban con el escote de Diana[1] aunque no compartieran sus gustos culinarios. Aquellos que soñaban con pilotar un Viper junto a Apollo y a Starbuck[2], que descubrieron toda clase de alienígenas a bordo de la Moya[3] y visitaron mundos sin fin a través de la Stargate[4]. Son los que se preguntan muy seriamente si su jefe no será un Cylon[5] aunque tenga la pinta de un embajador Centauri[6]. De entre ellos, también hay algunos que con emoción contenida son capaces de canturrear la letra de Ballad of Serenity[7], el tema que Joss Whedon[8] compuso para los títulos de crédito de su serie Firefly.

Si perteneces a estos últimos, puedes saltarte el texto que sigue y pasar directamente a disfrutar con el video del final. Si no es así, permíteme unos minutos de tu tiempo para explicarte las razones por las que no puedes perderte una de las mejores series de ciencia ficción de la historia de la televisión.



Firefly es un western espacial que cuenta las aventuras del capitán Malcolm Reynolds y su tripulación de renegados a bordo de la Serenity, una nave clase Firefly tan maltrecha como entrañable. Estamos en el año 2517. Los recursos de la Tierra hace tiempo que se agotaron y los seres humanos se vieron empujados a colonizar la galaxia. En un momento dado, las dos grandes potencias terrestres, EE.UU. y China, formaron la Alianza y quisieron someter a todos los planetas bajo su gobierno, lo que condujo a una cruenta guerra. Como resultado, los rebeldes, entre los que se encontraba Reynolds, no tuvieron otro remedio que exiliarse, como sus antepasados confederados, a los límites de la civilización, que en pasado era el salvaje Oeste y ahora son los planetas periféricos, en los que la influencia de la Alianza es menor. Reynolds cuenta con una variopinta tripulación que incluye a Zoe, una valiente veterana de guerra; su esposo Wash, que pilota la nave; Jayne, un mercenario dispuesto a lo que sea con tal de que la paga sea buena; la siempre optimista Kaylee, encargada de mantener en vuelo la Serenity; e Inara, una hermosa acompañante, mezcla de cortesana y geisha, que contra lo que pueda parecer, resulta que da prestigio a la nave. Su ya de por sí precaria existencia se complica aún más el día que deciden aceptar a bordo a un peculiar pastor y, sobre todo, a un joven médico y a su superdotada hermana, a la que ha conseguido liberar de las garras de la Alianza.

Es imposible ver Firefly y no quedar prendado de la serie. De su estupendo casting, de unas tramas rebosantes de aventuras y unos guiones repletos de ingenio y buen humor. Porque en Firefly, aunque los efectos especiales fueron galardonados con un Emmy, lo importante son los personajes y sus vicisitudes. Pero además, esa mezcla de western clásico y ópera espacial (que tan bien le funcionó a George Lucas), convierten a Firefly en una pequeña obra de culto llamada a convertirse en todo un clásico del género.

Pese a ello, la Fox estrenó la serie en EE.UU. a finales de 2002 y la canceló tras emitir tan sólo 11 de los 14 capítulos que componían la primera temporada. Y entonces se obró el milagro. Los fans empezaron a organizarse y crearon cientos de páginas web de apoyo, lo que provocó que su edición en DVD se convirtiera en un éxito de ventas. Poco tiempo después, la Universal ofreció a Whedon llevar el universo Firefly a la gran pantalla y, como resultado, Serenity se estrenó en los cines en 2005. Hoy en día, sólo hace falta darse un paseo por YouTube o por la red (http://www.fireflywiki.org/, http://still-flying.net/, http://www.fireflyfans.net/, http://www.browncoats.com/) para comprobar que los casacas marrones, como se autodenominan los seguidores de la serie, siguen estando muy activos. ¡Larga vida a la rebelión!




Por Pussy Deluxe
(Peliculera interespacial)



[1]
La mala de V que comía ratas
[2] Los protagonistas de aquella Galactica: Estrella de combate (1978)
[3] La nave biomecanoide de Farscape
[4] La puerta a las estrellas de Stargate: SG-1
[5] Los malvados robots de Battlestar Galactica (2004)
[6] Como Londo Mollari, el ambicioso embajador de los Centauri en Babylon 5
[7] Take my love, take my land;Take me where I cannot stand;I don't care, I'm still free;You can't take the sky from me;Take me out to the black,Tell them I ain't comin' back; Burn the land and boil the sea;You can't take the sky from me;There's no place I can be; Since I found Serenity;But you can't take the sky from me…
[8] creador de Buffy, cazavampiros y Angel

miércoles

El Rincón del Cinéfilo Caliente

Ponyo en el acantilado (Hayao Miyazaki, 2008)

Para un niño el misterio no tiene explicación: el misterio es. Los niños son seres religiosos sin dogma, lo que les hace creer convencidos en la existencia real de dragones, brujos, hechizos, tesoros, piratas, hadas, fantasmas, duendes, vampiros y ogros. ¿Será por esa capacidad para creer por lo que Jesús dijo aquello de que “Dejad que los niños se acerquen a mí”?

En “Ponyo en el acantilado” hay un momento maravilloso: el niño Sosuke sale a la calle después de que un tsunami haya barrido el acantilado en el que vive y lo hace acompañado por la niña-pez que da nombre al título. “¿Has visto? El agua llega hasta la puerta”, dice él. Al segundo, los dos meten la cabeza en el agua y empiezan a ver animales extraordinarios. “Son criaturas del Devónico”, comenta Ponyo. Después de un breve silencio Sosuke se acuerda de su madre, que ha pasado la noche fuera, y decide reunirse con ella. Es memorable la forma en que Sosuke y Ponyo reaccionan con total normalidad ante un paisaje hecho de tsunamis, de olas que tienen ojos, de brujos salidos del mar y de animales extinguidos. Todo es posible en la infancia. Sobre todo, lo imposible.

Llegado a ese punto, “Ponyo en el acantilado” se convierte en la experiencia imprevisible y casi indefinible que suelen ser las películas de Miyazaki. Sus relatos siempre toman un camino tan insospechado como desconcertante. Desconcertante si se considera la línea recta como la mejor forma de contar una historia. En Miyazaki, la historia nunca es recta: está llena de asombrosos giros y de momentos que carecen de explicación causal. En sus relatos, el único compromiso es el de la fantasía.

Con la historia de la niña-pez que quiere convertirse en humana después de haber probado la sangre del pequeño Sosuke Miyazaki recupera la aparente sencillez de uno de sus títulos más emblemáticos, “Mi vecino Totoro”, después de haber firmado dos películas tan apabullantes como agotadoras. Para esa recuperación, opta por una animación tradicional basada en la técnica de la acuarela sin olvidar por ello su virtuoso sentido del detalle. Pródiga en escenas inolvidables (como el inicio, epatante; la secuencia del tsunami, donde Ponyo cabalga sobre las olas con el apoyo musical de una cita de Wagner; la conversación amorosa de los padres de Sosuke; el detalle de las medusas que flotan entre los árboles del pueblo anegado…), “Ponyo en el acantilado” es la prueba de que Miyazaki pertenece a esa clase de artistas que a veces prefieren mirar al pasado para seguir descubriendo el futuro.



Otra película fascinante

a la par que delirante

recomendada por
Lord Velasco
(el cuerpo del delirio)

lunes

El Rincón del Cinéfilo Caliente

X-Men Orígenes: Lobezno (Gavin Hood, 2009)


Si algo no me había ocurrido hasta ahora con Hugh Jackman es quedarme indiferente. He tenido altibajos, lo reconozco: del coma diabético por el exceso de azúcar de Kate & Leopold; a la empanada mental de The Fountain; pasando por la decepción de The Deception (aquí traducida como La Lista); el aburrimiento de Van Helsing; las fantasías desatadas por las patillas de Logan en X-Men; o el shock por el exceso hormonal de Australia; sin olvidar el gustazo de su actuación en las ceremonias de los Oscar y los Emmy; o su interesante exploración del lado oscuro en El truco final y Scoop, la carrera de este chico da para las más variadas sorpresas. Hasta ahora, que la apatía se apodera de mí tras visionar la esperada X-Men Origins: Wolverine.


Indiferencia ante una trama que olvidas tan buen punto abandonas la sala; ante un guión de frases acartonadas y escenas insulsas; ante unas peleas planas con estética de videojuego y ante los publicitados músculos del chico, que según cuenta le han costado un año de rigurosa dieta y entrenamiento. Que digo yo, que si hubiera invertido la mitad de ese tiempo buscando a un buen guionista y a un director más apropiado, otro gallo nos cantaría a todos. Porque vamos a ver, si resulta que haces una película para descubrir los orígenes del mutante más carismático de la factoría X-Men y resulta que el momento en el que el héroe encuentra dos elementos clave de su imagen iconográfica, como son la chupa de cuero y la moto, la escena te recuerda al Superman que Richard Donner rodó hace 31 años, tienes un problema.


Pero lo peor de todo, el pecado imperdonable, es haber convertido aquel Lobezno que paseaba su chulería socarrona por las pelis de Bryan Singer en un poñoñi capaz de vivir en la casita de Heidi, dejarse tomar el pelo por su hermano, por Stryker y hasta por la maestrilla del pueblo, y de aburrir incluso a la luna con sus cuentos mitológicos de andar por casa. Para este viaje, hubiera sido preferible no desvelar el enigmático pasado de Logan, ese que convertía al personaje en un ser frustrado y atormentado por no conocer su origen, y a la vez lo envolvía de un halo de misterio y rebeldía. Un personaje de su carisma y potencial se merecía más.

Otra película tontorrona y delirante

destripada por nuestra mutante

Pussy Deluxe

( lengua de adamantium)